El 5 de junio de 1981, un extraño virus hacía su aparición desencadenando una larga serie de muertes trágicas y un pánico generalizado y mundial. Mientras ardían las especulaciones y se expandía el miedo, los profesores Françoise Barré-Sinoussi, hoy de 63 años, y Luc Montagnier, 78, ambos investigadores en el Instituto Pasteur, emprendían el estudio del raro síndrome para tratar de aislar el agente transmisor.
“Cuando los clínicos nos contactaron en diciembre de 1982, recuerda la doctora Françoise Barré-Sinoussi en entrevista con la agencia France Presse, es decir 18 meses después de la identificación de los primeros casos en los Estados Unidos, nunca había oído hablar de ello”. Entonces, “definimos una estrategia para intentar identificar al agente responsable”.
Luc Montagnier, en tanto, se acuerda del “primer cultivo efectuado” para aislar el virus. “Fue el 3 de enero de 1983, a partir de la biopsia de un ganglio de un paciente”. “Al cabo de algunos meses, nos dimos cuenta de que el virus era nuevo, ¡y ahí empezó la excitación!”, propia de todo investigador que sabe que está en los umbrales de un descubrimiento.
“Todo ocurrió muy rápido”, cuenta por su lado Barré-Sinoussi. “Sabíamos que se transmitía por vía sexual y sanguínea, había un sentimiento de urgencia, una necesidad de reaccionar rápidamente”.
En efecto, se sucedían en el mundo las muertes por esta inmunodeficiencia que dejaba al organismo inerme ante enfermedades como la neumonía o el sarcoma de Kaposi. En aquellos primeros tiempos, el contagio resultaba fatal y no había vacuna ni remedio a la vista. El SIDA hizo sus primeras víctimas en el mundo del jet set, entre personajes de la farándula habituados a los viajes, las fiestas y el desenfreno: el célebre actor hollywoodense Rock Hudson, el músico Freddy Mercuri, el bailarín Rudolf Nureiev, el protagonista de Expreso de Medianoche, Brad Davies, entre otros. Su modo de transmisión, en particular la vía sexual, rodeó la enfermedad de prejuicio y extrañas teorías y acrecentó tanto el temor como la negación.
Luc Montagnier recuerda también “la sensación de aislamiento”. “Los resultados que teníamos eran muy buenos, pero no fueron comprendidos por el resto de la comunidad científica, al menos durante un año, hasta el momento en que Robert Gallo confirmó nuestros resultados en los Estados Unidos. Fue muy frustrante, sabíamos que teníamos razón, y chocábamos contra un muro”, dijo en la entrevista con AFP.
Montagnier es generoso en su gratitud hacia su colega estadounidense Robert Gallo, considerando que éste pretendió luego disputarle la autoría del descubrimiento (ver más abajo).
En cuanto a los tratamientos, Montagnier recuerda que primero vino la monoterapia y el AZT, “decepcionantes”, y los resultados “muy prometedores” de las triterapias. “Los laboratorios empezaron a actuar juntos, bajo presión de las asociaciones de enfermos estadounidenses, para añadir un inhibidor de una compañía a un inhibidor de otra… Fue un éxito inédito en la historia de los medicamentos”.
En cuanto a la utilización de medicamentos para evitar la transmisión de la infección, Barré-Sinoussi está a favor del “tratamiento preventivo”, es decir, “intentar convencer a las personas potencialmente afectadas de que hagan un diagnóstico lo más rápido posible para iniciar un tratamiento lo más pronto posible”.
Montagnier lo considera, en cambio, “poco convincente”. “Son productos químicos tóxicos, con efectos impredecibles a largo plazo y es costoso. Ni siquiera tenemos dinero para tratar a todos los pacientes de África…”
Los depósitos -linfa, médula ósea o tejidos- donde el virus se agazapa a la espera de volver a salir cuando el paciente suspende el tratamiento, son los que convierten al SIDA en una enfermedad no curable. “Ahora, ésta es un poco mi obsesión”, reconoce Luc Montagnier.
En los laboratorios de Africa, el continente más afectado por la infección, el biólogo francés y su equipo atacan los depósitos detectando “señales electromagnéticas que provienen del ADN de algunos virus” y que tratan de hacer desaparecer con sustancias vegetales “que tienen efectos antioxidantes e inmunoestimulantes”. “Hemos hecho un primer ensayo clínico prometedor”, afirma.
Barré-Sinoussi, por su parte, imagina un tratamiento que “permitiría disminuir los depósitos del virus a un nivel indetectable” a fin de que enseguida “la defensa inmunitaria tome el relevo para controlar esta infección”. La profesora recuerda que el 0,3% de los pacientes infectados desde hace más de 10 años “nunca han recibido antiretrovirales y controlan de forma natural su infección”.
La disputa por la autoría del descubrimiento
En abril de 1984, un alto funcionario de salud pública de los Estados Unidos anunció el descubrimiento del virus causante del Sida.
Pero unos días antes, el equipo parisino dirigido por el doctor Luc Montagnier había hecho el mismo anuncio, bautizando al virus con la sigla VAL (virus asociado con la linfodenopatía).
El equipo estadounidense, bajo la direccion del doctor Robert Gallo del National Cancer Institute de Washington, denominó por su lado HTLV-3 (virus linfotrópico de células humanas T). Se iniciaba una larga controversia.
Max Gallo ganó inicialmente la batalla mediática ya que los medios de comunicación se concentraron en él. El investigador estadounidense pensaba que la causa del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) era el HTLV-1, un retrovirus que había descubierto en 1980 y que provoca un cáncer poco común en las células T del sistema inmunológico.
Los científicos franceses acusaron a Gallo (con quien habían intercambiado muestras) de haber cultivado el mismo virus enviado por ellos. Este lo negó y cuando se les adelantó en patentar una prueba sanguínea del sida, la batalla pasó al terreno legal.
En 1987, una decisión conjunta de los gobiernos de ambas naciones dividió los méritos y los derechos de autor entre los dos equipos. Por entonces, los científicos se habían puesto de acuerdo en llamar al virus del sida VIH (virus de la inmunodeficiencia humana). Pero las acusaciones contra Gallo no cesaron. Finalmente, en 1991, éste admitió que había empleado el virus de los franceses, aunque dijo haberlo hecho sin querer.
Previamente, el otorgamiento del Nobel de Medicina a Montagnier y Barré-Sinoussi en 1988 había saldado ante la opinión pública la disputa en favor de los franceses.
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