Historiadores nacionales y extranjeros han enjuiciado aquel gobierno reconociéndole los éxitos que alcanzó y la paz y el progreso que se ofreció al país durante el período 1906-1911
Durante la tarde del domingo 19 de noviembre de 1911, se produjo en la ciudad de Santo Domingo, la trágica y lamentable muerte del presidente Ramón Cáceres (Mon), lo que trajo como consecuencia un desenlace fatal para el país, en los años sucesivos, ya que la paz, el orden y el progreso que se habían logrado bajo su direción durante seis años, se acababan de perder.
Disgustados por las medidas de rigorosa escogencia de los funcionarios, de orden administrativo y de control en el manejo de los recursos públicos que el Gobierno de Cáceres había establecido, un grupo de hombres encabezados por Luis Tejera, Augusto Chottín, Luis Felipe Vidal, Jaime Mota, Julio Pichardo y otros, se dieron a la tarea de cometer aquel injusto y horrendo crimen.
Acompañado apenas por el conductor de la Victoria Presidencial, José Mangual (Cachero) y por su edecán militar coronel Ramón A. Pérez, como una muestra de la confianza de Cáceres se cogió el riesgo de este atentado, ocurrido en el sector de Güibia - San Jerónimo, hoy avenida Independencia, en la ciudad Capital, exactamente frente a lo que fue la Estancia de Pedro Marín y de una de las casas de aquella propiedad ocupada por Augusto Chottín.
Al pasar por el lugar de la emboscada, Mon alcanza a ver el grupo y se le ocurre entrar a la residencia de Santiago Michelena lo que es hoy sede del Ministerio de Estado de Relaciones Exteriores para mediante una llamada por teléfono pedir ayuda militar, a lo que desistió por no encontrarse allí el señor Michelena, aunque sí su señora esposa que le mandó a entrar y no obstante, Mon no quiso hacerlo. Asunto de pudor.
Al regreso a la ciudad y en una curva frente a la Estancia de Marín, los conspiradores le cerraron el paso y la emprendieron a tiros contra él y sus acompañantes. Mon es gravemente herido y llevado a la casa de Francisco J. Peynado, donde finalmente murió aún con la ayuda de la esposa y de la madre de Peynado, de las señoras Estela Vásquez y Clara Ricart de Henríquez, de sus ayudantes y de otras personas que allí estuvieron. El doctor Rodolfo Coiscou verificó la muerte de cinco heridas.
POSTERIORES
El Consejo de Secretarios de Estado se encargó provisionalmente del Gobierno hasta que el Congreso escogió a don Eladio Victoria, quien tomó posesión como Presidente de la República el 27 de febrero de 1912, ya que Alfredo Victoria, jefe militar y con el poder a su favor, no tenía la edad requerida de 30 años para ocupar la posición y Manuel Cáceres, su hermano, a quien se requirió para ocupar el cargo, no lo aceptó, ya que la influencia de doña Remigia Vásquez, su madre, y su desinterés en la política, así lo determinaron.
Don Eladio Victoria no controló la insubordinación y el desastre que se produjo en el manejo de la administración pública, hasta el extremo de que las reservas dejadas por Cáceres se diluyeron y el Estado cayó en el descrédito.
Monseñor Adolfo A. Nouel reemplazó a Victoria al año de una fracasada gestión y aún en su condición de arzobispo de Santo Domingo, apenas duró en el cargo cuatro meses por su extrema debilidad en el mando de la cosa pública.
Durante esa gestión fueron absueltos los asesinos de Ramón Cáceres.
José Bordas Valdez reemplazó a Nouel y aún con sus condiciones de militar no pudo establecer el orden, y encaminar al país por el correcto camino. El doctor Ramón Báez, hijo de Buenaventura Báez, asumió la dirección el 27 de agosto de 1914 y condujo al país a las elecciones de octubre de ese año, en las cuales, Juan Isidro Jiménez Pereyra obtuvo el triunfo y se posesionó el 5 de diciembre de ese año 1914.
Desiderio Arias, ministro de Guerra de aquel Gobierno, se encargó de su desestabilización y caída y de que los norteamericanos asumieran la ocupación del país el 15 de mayo de 1916, ya que ninguno de los gobernantes que sucedieron a Cáceres lograron el respeto a la autoridad y a las leyes.
Fue la época del desorden, de la sangre y de los incumplimientos frente a los compromisos financieros contraídos y consecuentemente el país cayó en un estado de bancarrota y desasosiego.
El progreso que se logró en el país durante los seis años de Cáceres fue notorio en todas las áreas de importancia y obedeció a la decisión de hacerlo honesta y organizadamente y bajo la escogencia de los mejores hombres en cuanto a seriedad, capacidad y disposición a servir.